sábado, 13 de septiembre de 2014

Pongamos que hablo de Madrid (PARTE I)

Nueve horas y una larga siesta mas tarde ya sobrevolábamos Barajas y en menos de cinco minutos estábamos todos parados en el avión en el  mismo lugar empujando para entrar en el pasillo de 50 cm, sin poder movernos, intentando sacar cada uno su valija de los compartimentos superiores, una tarea imposible, pero aún así todos lo intentábamos a fuerza de disculpas y codazos. Solo por unos segundos me detuve a mirar a las muy pocas personas que permanecían en sus asientos como si el vuelo todavía continuara y pensé que hacían lo lógico y estaban observando a la masa humana moviéndose sin sentido, sobre todo porque hasta que las puertas no se abran nadie va a poder moverse un milímetro mas, de todas manderas seguimos haciendo lo mismo, un escenario caótico similar a cuando los insectos se avalanchan sobre un trozo de comida para sacar su tajada.

Luego de esto, cuando algunos habían logrado su cometido y otros seguían con la intensión, las puertas se abrieron y claro….hubo que esperar civilizadamente a que de a uno por vez tomaran sus valijas y salieran….imagen que hizo aún mas ridícula la caótica escena anterior.
Respirar el aire de Madrid me emocionó, no tanto por haber llegado o por tener alguna conexión especial con el lugar, sino porque era el comienzo de lo que yo creo será un viaje maravilloso. 
Siguiente tarea tediosa para los ansiosos como yo es la espera de las valijas en la cinta, estoy segura que el orden en el que salen es relativo a la ansiedad del pasajero, esto significa: aquel que esta charlando como en un bar, el que fue al baño, el que esta leyendo la lonely planet, etc, recibe su valija casi inmediatamente y nosotros, los que nos ponemos todos juntos en punta de donde salen, que leemos todos los cartelitos pensando que son las nuestras, que sacamos la incorrecta solo porque estábamos seguros que era esa y hay que subirla de nuevo, que miramos el reloj pensando el tiempo que estamos perdiendo y nos preguntamos como puede ser que la nuestra no salga….esos la recibimos al final, así que sí, estoy casi segura que es así de relativo.

Valijas en mano, cartera y anteojos de sol salimos en busca del bus amarillo que nos habían recomendado para llegar hasta la estación atocha, unos cuantos minutos recorriendo el hall salimos por la puerta hacia el cielo Madrileño y….chan!, los 32 grados centígrados de las 15:00 hs. nos dejaron sin aliento, en el acto, y yo con camperita de hilo y campera de abrigo!, otra vez cual cebolla a sacarse todo lo posible, yo solo pude quedarme con camiseta de manga larga y si, en mis previsiones claro que había visto el pronóstico, pero los 32 grados de Madrid resultaron un poco mas agobiantes que los nuestros.

Afortunadamente vimos la cola del bus amarillo que no era tan larga y ahí fuimos. En un par de suspiros llego y como pudimos subimos con las cuatro valijas. Ya comenzaba a darme cuenta que la elección del equipaje no había sido la correcta, no tanto por la molestia que nos acarreaba  sino por la mirada de la gente, pero recién llegados, emocionados, todavía no nos íbamos a quejar de nada.

En menos de 30 minutos tenia delante mío la Cibeles, estábamos oficialmente en Madrid, unos minutos mas pasamos frente al Museo del Prado y llegamos a la estación de Atocha, nos bajamos, nos miramos preguntamos donde estaba el metro para ir a la estación Tirso de Molina que nos dejaba a una cuadra del Bed and Breakfast. Atocha divino, era como yo pensaba, escaleras mecánicas, que igual con mis 45 kg, maniobrando una valija de 20 Kg., otra de 12 Kg., dos camperas y un morral era un ekeko subiendo la montaña.


Llegar a Tirso de Molina fue un suspiro y salir de la estación un ahogo, mi pregunta de “donde están las escaleras mecánicas para subir” no se condecían con la cara de Pepe que detrás de las gotas de sudor gritaba con gestos….”No hay ninguna escalera mecánica, pero por suerte trajimos un montón de ropa por si hace frio”. 

Casi como ingenieros inventamos un sistema de polea humana para subir las valijas a la superficie, esto es, yo me quedaba abajo con dos valijas, Pepe subía las otras dos valijas, yo subía con otra mientras Pepe miraba la que quedaba abajo sola (como si con los 20 kilos que pesa alguien se la fuera a llevar corriendo) yo me quedaba arriba con las tres y Pepe bajaba a buscar la cuarta que falta y así  4 valijas y dos gnomos Argentinos llegaron a la plaza Tirso de Molina como si hubieran venido caminando desde Barajas o peor aun cruzando el Atlántico a nado porque estábamos empapados, agotados y recién llegábamos, pero no pudimos evitar reírnos, estábamos en Madrid! 

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